Desde todos los puntos cardinales llegaron colonos a esta tierra. Algunos vinieron solos; otros los hicieron con esposa, hijos, hermanos y padres.
Las nuevas familias se formaron; levantaron sus casas junto a las acequias y sus patios se llenaron de voces y risas de niños.
Como en todos los momentos importantes de la vida de esta colonia, fue Don Patricio Piñeiro Sorondo quien realizó en Buenos Aires los trámites necesarios para que se creara una escuela. Y la idea era que los niños de los primeros colonos no sólo aprendan a leer y escribir sino que conocieran la historia y la geografía de este suelo, que para muchos de ellos sería su nueva patria.
Aún no estaba fundado el pueblo cuando su futuro fundador cedió una casa, ubicada en una de sus propiedades, para que allí funcionara la primera escuela. Fue el 28 de marzo de 1910. En la chacra 44, frente a la intersección con la calle Villegas, Doña Restituta Medez de Torres Ardile inició las clases del primer colegio allense. Tenía el número 37. La inscripción inicial fue de 18 alumnos, pero con el correr de los días, lógicamente fue aumentando.
El acto inaugural fue presidido por el supervisor Lucas Aballay, quien dejó constancia del hecho en la primera hoja del libro de informes, que aún se conserva y es expuesto en nuestro Museo Municipal.
El local escolar de la Escuela 37 quedaba muy lejos de las primeras casas que había levantado la incipiente población. Además, estaba un poco a trasmano de la zona de chacras, que era el lugar desde donde venía la mayoría de los niños. Fue por ese motivo, que el 16 de setiembre de 1911, se instaló la escuela en un local alquilado a Don Miguel Funes, situado en la esquina de las calles Libertad e Italia, frente a la bodega Alto Valle.
Ya había pasado un año de su inauguración y la población escolar ya era de 54 alumnos. El 11 de abril de 1912 ya había 74 alumnos. Ese mismo día se designó maestra a la señorita Ramona Brossard, considerada la primera maestra ya que hasta ese entonces, era Restituta Mendez quien dirigía el establecimiento y a la vez atendía grado.
La mudanza de 1911 no fue la única. Sufrió otro cambio de ubicación a medida que la inscripción de chicos aumentaba y los espacios se hacían chicos.
En 1917 cambió su denominación a Escuela 34 y dos años más tarde le fue asignado el 36. En ese 1919 funcionaba en una casa alquilada ubicada en la intersección de Juan B.Justo y San Martín.
Hasta 1928 se habían ido creando secciones de grado, pero sin completar el ciclo primario. Ese año, comenzó a funcionar el sexto grado con lo que al finalizar el período egresó el primer grupo de alumnos con el ciclo primario completo. Los egresados fueron Hilda Haneck, Alfredo Haneck, Nélida Verdinelli, Aaron Cohen, Carlota Guagnini, María Sánchez, María Llantén, Irma Silenzi, María Silenzi, Jofré Pérez Petit, Irene Gancedo, Sara Senra, Antonia Baldini y Ponciano de Zotti.
En mayo de 1931 ya se había terminado de construir un nuevo edificio escolar en la manzana 78 del pueblo. El Consejo Nacional de Educación resolvió que llevara el número 23 y que su director sea Jesús Rojas.
El nuevo edificio escolar era del tipo A, compuesto por cuatro aulas de 7 metros por 25, una galería de 28 metros de largo por 3,40 de ancho, con cielorraso y piso de pinotea. Del mismo edificio, formaban parte la casa para el director con dos habitaciones. Una pieza de 5 por 4 y otra de 5 por 3metros 20. También tenía una galería de 8 por 3, cocina, baño y despensa. Todo el edificio estaba rodeado por una vereda de ladrillos. Un cuerpo separado poseía dos locales para funcionar como depósito y dos urinarios.
La entrada de la escuela estaba sobre la calle Don Bosco y tenía otra entrada por Juan B.Justo. Estaba cercada con alambre y con algunos tamariscos plantados en su perímetro, que aún hoy intentan rebrotar.
Como la superficie del terreno lo permitía, se sembró una huerta, se plantaron frutales y frente a la casa del director se levantó un parral. Luego se colocaron eucaliptos. Algunos de estos árboles aún hoy se conservan. También fueron plantadas unas coníferas en el patio central, junto al mástil.
El cambio al nuevo edificio fue polémico. Es que la resolución del Consejo de Educación que cambiaba una vez más el nombre a la escuela y ordenaba su traslado fue muy resistida.
Lo resuelto por las autoridades educativas de la época indicaba que 1 de junio de 1931 todos los alumnos, muebles y archivos de la escuela 36 deberían pasar a la nueva escuela. Su directora, Petricia Barrionuevo, que era una persona muy querida en la comunidad, fue trasladada a Contralmirante Cordero.
En el marco de una situación de intranquilidad y antagonismos, muchos padres decidieron no mandar sus hijos a la escuela nueva. Y hasta emprendieron una marcha haciendo sonar cacerolas por las polvorientas calles de la localidad. Nuestro primer cacerolazo. Sin embargo, no hubo posibilidad de torcer la resolución y el establecimiento 36 desapareció.
Lejos de terminar, la polémica continuó. Algunos papás que seguían molestos por la decisión del traslado, se mantuvieron firmes y no enviaron a sus hijos a la 23.
¿Qué pasó con los chicos? La solución vino en parte por el padre Baira, quien era el párroco de la Iglesia en ese entonces. El cura fundó una escuela parroquial a la que le dio el nombre de Santa Catalina que funcionó muy poco tiempo. En realidad, hasta que se aplacaron los ánimos y la situación educativa se normalizó. El tiempo pareció curar todas las heridas y la vida institucional de la 23 pudo continuar. Pero muchos años más tarde, en 1985, ocasión en la cual las autoridades de ese entonces decidieron celebrar las bodas de diamante, se dieron cuenta de que el malestar estuvo vivo todos estos años.
Cuando se organizó el 75 aniversario del colegio, se decidió invitar a los primeros egresados. Eran los egresados de 1928, cuando la escuela aún llevaba la denominación 36. “Fue una gran fiesta aunque sólo fueron dos o tres egresados”, recuerda Mercedes Amieva de Boyé, Chiquita, quien se desempeñaba como vicedirectora. La explicación a tamaña ausencia la encontraron luego, cuando consultaron a quienes iban a ser los homenajeados. “No se consideraban egresados de la escuela 23, sino de la 36. No reconocían el cambio de número”, cuenta Chiquita, quien hoy es secretaria de este Museo.
Entre los útiles y elementos que recibió la escuela 23 figuraban 192 libros, que fueron la base de la biblioteca escolar. La Municipalidad cedió cinco cajones con libros. En 1933, la biblioteca llegó a tener 800 volúmenes, los cuales estuvieron a mano de todo el pueblo una vez que el personal del establecimiento decidió en reunión, hacerla pública. Era atendida por los maestros y funcionaba de 9 a 12 y de 14 a 17 en el local escolar.
La Municipalidad, por iniciativa de los docentes, formó una comisión de vecinos y creó la biblioteca pública Juan Bautista Alberdi, que funcionó en su propio local. La escuela 23 cedió a la nueva institución los volúmenes que el municipio le había entregado anteriormente.
En setiembre de 1932 se fundó la Cooperadora escolar por nuestros niños. Sus fines eran implementar la copa de leche, proporcionar ropa y calzada, medicamentos, útiles escolares y, en la medida en que los fondos lo permitieran, otros servicios de asistencia social. Atendía las necesidades de las tres escuelas, la 23, la 64 y la 80.
Esta cooperadora fundó en 1933 el periódico El Escolar, que llegó a imprimirse en la Voz Allense y se publicó en forma irregular hasta 1939.
Unos meses más tarde de la resolución que ordenó el traslado de la escuela a su ubicación actual, el establecimiento pasó a conocerse como José de San Martín. Fue a través de una resolución fechada el 20 de noviembre de 1931. Los padrinos de la ceremonia fueron Isabel de Mir, Consuelo Díaz de Aragón, Manuel Mir y Salvador Auday.
Y tuvieron que pasar dos décadas para que la escuela cuente con un busto en homenaje al prócer de quien lleva el nombre. El monumento al Gral. San Martín se inauguró el 18 de noviembre de 1950. Una construcción que fue realizada por el escultor Averbuj. El pedestal, fue encomendado por la comisión de ex alumnos que presidía la Sra. Ida Tojo de Prado.
Una curiosidad. En el año 1944, el comisionado municipal Diego Piñeiro Pearson, trajo del Ministerio de Agricultura de la Nación cinco gramos de semillas de gusanos de seda. Los alumnos de la escuela 23 iniciaron así la crianza de estos gusanos a los que alimentaron con las hojas de las moreras que crecían en las veredas allenses. La tarea era dirigida por Miguel Da Prato y Osvaldo Rodríguez.
Los chicos llegaron a producir cinco kilos de capullos secos, que luego fueron comercializados por el municipio. El beneficio del negocio se entregó a la cooperadora Por Nuestros Niños.
A medida que pasaban los años, el edificio de la escuela se fue ampliando gracias al accionar de docentes, comisiones de padres, cooperadoras y comerciantes. Una actuación desinteresada, que demandó mucho esfuerzo, constancia, tesón y fundamentalmente, mucho amor por el lugar donde habían concurrido o al que asistían sus hijos.
Las tareas iniciales que se realizaron fueron de mantenimiento. Luego, vino la ampliación de las primeras aulas del ala oeste, los baños y la construcción de los cimientos donde estarían asentadas otras aulas. Una ardua tarea que fue coordinada por la Comisión de Padres y los amigos de la escuela en los comienzos de la década del 60’.
En 1969, la Cooperadora pudo hacer el piso de hormigón del patio central. Con aportes del gobierno provincial se pudo construir el piso del camino de entrada desde la calle Don Bosco, una entrada que en la actualidad está anulada.
En 1981, también con una ayuda del gobierno provincial, se construyeron dos nuevas aulas, el pabellón sanitario y un depósito. Y en noviembre de 1992, se hizo realidad un viejísimo sueño de muchos, se inauguró el patio cubierto.